Crónicas
del Olvido
PROVISORIO, DE LUIS ENRIQUE BELMONTE
(Antología 1997-2019)
Por Alberto
Hernández
Alguien
desanda la casa, la revisa: un momento nada más, un instante. Su mirada
adelantada se inclina hacia la ventana. Sabe que el tiempo es corto. El tiempo
también es temporal. Suele durar poco cuando quien mira cree ver u observar que
el mundo es una rueda de molino.
Quien anda y desanda la casa se toma el pulso, calibra el reloj y escribe en la pared un recado que será leído por el otro que lo sustituya en el gran salón donde una vez hubo voces, corrillos.
Ahora, sólo el eco, la voz pasada, pausada, provisional, ese mientras tanto que avizora la permanencia.
Un hombre escribe. Un poeta se admite como el tiempo que pasa, que se resigna a no agotarse mientras su pequeño planeta, el barrio, las calles de su cercanía o un patio se deshacen un momento de su memoria, hasta recuperarla con las palabras que serán para siempre. O al menos un espacio más amplio, más vivo: el futuro, tan provisorio como el presente.
Entonces, el tiempo, el de quien ya ha dejado la casa y se adentra en la sombra de los pensamientos, porque la luz que emana de ellos podría ser oscura, tanto que ilumina y asombra, se revela, devela, desvela y rebela.
Quien anda y desanda la casa se toma el pulso, calibra el reloj y escribe en la pared un recado que será leído por el otro que lo sustituya en el gran salón donde una vez hubo voces, corrillos.
Ahora, sólo el eco, la voz pasada, pausada, provisional, ese mientras tanto que avizora la permanencia.
Un hombre escribe. Un poeta se admite como el tiempo que pasa, que se resigna a no agotarse mientras su pequeño planeta, el barrio, las calles de su cercanía o un patio se deshacen un momento de su memoria, hasta recuperarla con las palabras que serán para siempre. O al menos un espacio más amplio, más vivo: el futuro, tan provisorio como el presente.
Entonces, el tiempo, el de quien ya ha dejado la casa y se adentra en la sombra de los pensamientos, porque la luz que emana de ellos podría ser oscura, tanto que ilumina y asombra, se revela, devela, desvela y rebela.
(…)
Luis Enrique Belmonte es un poeta que ha andado por varios de esos ecos. Es un trashumante de tantísimos versos. Su humano ser así lo indica. Es tantos libros como tiempos lo asumen escritor. Desde su vocación científica vienen los poemas que a veces terminan siendo diagnósticos, pronósticos y curaciones. Su poesía se abre a muchas vertientes, pero siempre habrá un lugar para decir desde la psicología del otro, la propia o la anónima.
Su poética se centra en la patología de las palabras como signos que suelen emplazar a la angustia, el dolor del cuerpo y los afanes del espíritu.
El cuerpo como hazaña y como eslabón finito.
Su poética multiplica los temas y tantea en la oscuridad de una enfermedad capaz de recrearse en verbos, versos, poemas surreales, realistas, fantásticos, negros.
Es una poética de calle y cola o fila de hospital
Y como todo cuerpo que muere, provisorio el lector que busca y rebusca en cada tema el que habrá de hacerlo permanente.
Luis Enrique Belmonte es un poeta que ha andado por varios de esos ecos. Es un trashumante de tantísimos versos. Su humano ser así lo indica. Es tantos libros como tiempos lo asumen escritor. Desde su vocación científica vienen los poemas que a veces terminan siendo diagnósticos, pronósticos y curaciones. Su poesía se abre a muchas vertientes, pero siempre habrá un lugar para decir desde la psicología del otro, la propia o la anónima.
Su poética se centra en la patología de las palabras como signos que suelen emplazar a la angustia, el dolor del cuerpo y los afanes del espíritu.
El cuerpo como hazaña y como eslabón finito.
Su poética multiplica los temas y tantea en la oscuridad de una enfermedad capaz de recrearse en verbos, versos, poemas surreales, realistas, fantásticos, negros.
Es una poética de calle y cola o fila de hospital
Y como todo cuerpo que muere, provisorio el lector que busca y rebusca en cada tema el que habrá de hacerlo permanente.
(…)
Esa casa, la recorrida, la que admite cambiar, ponerse y quitarse máscaras, ser provisional mientras establece sus patrones, es en Luis Enrique Belmonte un estado del alma: recurre a un personaje al que no le importan los tiempos verbales o las personas hablantes. O el silencio que también recurre al tiempo y se extravía.
Esa casa, la recorrida, la que admite cambiar, ponerse y quitarse máscaras, ser provisional mientras establece sus patrones, es en Luis Enrique Belmonte un estado del alma: recurre a un personaje al que no le importan los tiempos verbales o las personas hablantes. O el silencio que también recurre al tiempo y se extravía.
Es el
poeta y el tiempo que lo habita.
(…)
¿Cuán
provisorio o provisional es un poema o el poeta como eco?
(…)
Ahora, en esta temporalidad que siempre es corta porque la vida es sólo un trozo de nuestras aspiraciones, aparece una antología que nos recoge, porque a fin de cuentas es la poesía quien nos abriga y nos reconoce como voz de sus letras.
Ahora, en esta temporalidad que siempre es corta porque la vida es sólo un trozo de nuestras aspiraciones, aparece una antología que nos recoge, porque a fin de cuentas es la poesía quien nos abriga y nos reconoce como voz de sus letras.
Titulada
“Provisorio” (1997-2019), publicada por LP5, Colección de Poesía Plateado sobre
Plateado, Santiago de Chile 2019, contiene textos de los libros “Cuando me da
por caracol” (1997), “Cuerpo bajo lámpara” (1998), “Inútil registro” (1999),
“Matadero” (2002), “Paso en falso” (2004), “Cuartos de alquiler” (2005),
“Vendrá otra larga travesía” (2006), “Compañero paciente” (2012) y el inédito
“Próxima estación”.
(…)
Cada libro denota el deseo de mantener el equilibrio temático. No obstante, Belmonte juega a varios perfiles. Viaja por los temas. Irrumpe en la sapiencia de su vocación profesional. El oficio es una revelación. Pero igual se somete al viaje cotidiano, al anverso de la moneda: sale al mundo, deja los cuerpos tendidos, los poemas cadáveres, la locura y respira el paisaje exterior, el que descubre con todas sus heridas, la tragedia diaria de ser temporal, provisional, de aparecer y desaparecer sin dejar huella o hundir la marca digital de la memoria en los desmemoriados.
Cada libro aquí señalado, cubierto por el tiempo que se agota, deja de ser instante para ser lugar, reto, fragua, imaginación.
La poesía es una llaga que no se cura. Es permanente en su provisionalidad.
Cada libro denota el deseo de mantener el equilibrio temático. No obstante, Belmonte juega a varios perfiles. Viaja por los temas. Irrumpe en la sapiencia de su vocación profesional. El oficio es una revelación. Pero igual se somete al viaje cotidiano, al anverso de la moneda: sale al mundo, deja los cuerpos tendidos, los poemas cadáveres, la locura y respira el paisaje exterior, el que descubre con todas sus heridas, la tragedia diaria de ser temporal, provisional, de aparecer y desaparecer sin dejar huella o hundir la marca digital de la memoria en los desmemoriados.
Cada libro aquí señalado, cubierto por el tiempo que se agota, deja de ser instante para ser lugar, reto, fragua, imaginación.
La poesía es una llaga que no se cura. Es permanente en su provisionalidad.
(…)
Algunos
versos de esta antología:
“Algo
despiertas/ cuando se inundan las fosas de cadáveres sonrientes/ se encadenan
las plegarias/ se incomodan los santos al llegar los desenterradores/ de
cabezas rotas zapatos de cuero podrido (…) Aquí está el poema/ míralo ahora y
ya no está/ nunca estuvo/ es la quimera de tu vida de afeitadora gastada/
hojilla de múltiples fracasos destila el destello que corta la barbilla (…) Y
no llores/ te puedes descomponer antes de tiempo”.
(…)
“Las horas como murciélagos/ cayendo/ en lo más oscuro de mis manos (…) Se ensancha/ el fantasma del pan sobre la mesa (…) Las horas miran con tristeza…”
“Las horas como murciélagos/ cayendo/ en lo más oscuro de mis manos (…) Se ensancha/ el fantasma del pan sobre la mesa (…) Las horas miran con tristeza…”
(…)
Todo el andamiaje del mundo/ puede ser desbaratado/ por una lágrima tuya bajo la lluvia…”
Todo el andamiaje del mundo/ puede ser desbaratado/ por una lágrima tuya bajo la lluvia…”
(…)
…los crímenes que se anuncian/ el punzante resplandor de las navajas…”
…los crímenes que se anuncian/ el punzante resplandor de las navajas…”
(…)
…ya viene mi cuerpo/ regurgitado por el mar”.
…ya viene mi cuerpo/ regurgitado por el mar”.
(…)
“huye al sótano haz las paces con los cuervos…”
“huye al sótano haz las paces con los cuervos…”
(…)
“Un árbol agita sus ramas/ al filo del precipicio por donde me muevo…”
“Un árbol agita sus ramas/ al filo del precipicio por donde me muevo…”
(…)
“No se olviden de quien apaga las lámparas/ el somnífero sobre la mesa de noche/ y sólo queda el amparo/ de una lámpara que balbucea”.
“No se olviden de quien apaga las lámparas/ el somnífero sobre la mesa de noche/ y sólo queda el amparo/ de una lámpara que balbucea”.
(…)
“Esta geografía que se desploma”
“Esta geografía que se desploma”
(…)
“…la sangrienta lucha de la memoria (…) nuestros cuerpos y su reparto de migajas”.
“…la sangrienta lucha de la memoria (…) nuestros cuerpos y su reparto de migajas”.
(…)
Loa amigos se van dentro de nubes que parecen murciélagos”.
Loa amigos se van dentro de nubes que parecen murciélagos”.
(…)
“Debe ser porque siento que sucumbimos pensando/ en el tiempo, que me entran estas ganas/ de volcar esta exclamación con cejas/ en el grano del instante que se disuelve/ en la saliva del poema”.
“Debe ser porque siento que sucumbimos pensando/ en el tiempo, que me entran estas ganas/ de volcar esta exclamación con cejas/ en el grano del instante que se disuelve/ en la saliva del poema”.
(…)
Tenía que ser así, / noche con cuerpo bajo lámpara,/ con viejos temores…”
Tenía que ser así, / noche con cuerpo bajo lámpara,/ con viejos temores…”
(…)
“En la errancia está el dolor/ del dromedario extraviado: un violoncello/ colgado como una res/ en el patio inundado por lluvias de junio…”
“En la errancia está el dolor/ del dromedario extraviado: un violoncello/ colgado como una res/ en el patio inundado por lluvias de junio…”
(…)
“Toda la espera, toda la alquimia insomne en la diáspora de un hombre abandonado a su devenir…”
“Toda la espera, toda la alquimia insomne en la diáspora de un hombre abandonado a su devenir…”
(…)
“Sentados en fila, acariciando el puñal/ como acaricia un ciego su bastón/ esperamos que nos llamen para abordar el vuelo…”
“Sentados en fila, acariciando el puñal/ como acaricia un ciego su bastón/ esperamos que nos llamen para abordar el vuelo…”
(…)
“Los domingos se muere uno un poco”.
“Los domingos se muere uno un poco”.
(…)
“Alguien me piensa”.
“Alguien me piensa”.
(…)
“Busquemos detrás de los signos”.
“Busquemos detrás de los signos”.
(…)
Hace
algunos años escribí esta nota y quiero dejarla aquí como un
-PASO EN
FALSO-
1.-
No sé por qué, pero últimamente me ha dado por tropezarme con poemarios donde la lluvia y los ríos borran la vida y las palabras de quienes son arrastrados por la fuerza de corrientes, unas esperadas -por la elocuencia de la muerte- y otras inesperadas -por una suerte de felicidad tan visible que facilita el descuido, la presencia de la tragedia-.
Me arrellano para entrar en un río, en una vaguada causada por el torrente verbal de Luis Enrique Belmonte en su libro Paso en falso, editado por Mucuglifo (Mérida, febrero 2004).
Al parecer, el poeta de este libro abrevó en el dolor, en la desolación. De no ser así, queda en mí como lector un amargo sabor que me coloca frente a la certidumbre: la muerte es un cambio de sitio, un paso en falso.
Es el comienzo, las páginas se nutren con el vigor del desagüe. El poema, como un deslave, nos cae desde los ojos: “La noche es un río/ que arrastra cuerpos en los hoteles de paso/ y canciones aporreadas por los centinelas”.
La corriente adquiere conciencia en la voz de quien lo evoca: “El pardo y traicionero río/ que como un óleo se derrama/ y nos mancha y nos arrastra calle abajo/ hacia sumideros que nadie podrá precisar...”
Dos poemas más adelante la lluvia cae sobre los vivos en peligro: “Recójanse en sus guaridas/ los hombres y las bestias...”. Quizás la lectura sea una fijación, una imagen recurrente, una estupidez de quien la toma como premonición, pero vale.
“Esta geografía que se desploma/ -silenciosa, como la siesta de un gato-/ no tiene nada que mostrar,/ al menos que el hundirse/ con los días de esta atlántida/ sea algo digno de mostrar”.
Determinismo, ofuscación de quien lee y cree verse ahogado, perdido cadáver bajo el lodo: “No hay nada aquí, no pidan los restos, no escarben más”.
No sé por qué, pero últimamente me ha dado por tropezarme con poemarios donde la lluvia y los ríos borran la vida y las palabras de quienes son arrastrados por la fuerza de corrientes, unas esperadas -por la elocuencia de la muerte- y otras inesperadas -por una suerte de felicidad tan visible que facilita el descuido, la presencia de la tragedia-.
Me arrellano para entrar en un río, en una vaguada causada por el torrente verbal de Luis Enrique Belmonte en su libro Paso en falso, editado por Mucuglifo (Mérida, febrero 2004).
Al parecer, el poeta de este libro abrevó en el dolor, en la desolación. De no ser así, queda en mí como lector un amargo sabor que me coloca frente a la certidumbre: la muerte es un cambio de sitio, un paso en falso.
Es el comienzo, las páginas se nutren con el vigor del desagüe. El poema, como un deslave, nos cae desde los ojos: “La noche es un río/ que arrastra cuerpos en los hoteles de paso/ y canciones aporreadas por los centinelas”.
La corriente adquiere conciencia en la voz de quien lo evoca: “El pardo y traicionero río/ que como un óleo se derrama/ y nos mancha y nos arrastra calle abajo/ hacia sumideros que nadie podrá precisar...”
Dos poemas más adelante la lluvia cae sobre los vivos en peligro: “Recójanse en sus guaridas/ los hombres y las bestias...”. Quizás la lectura sea una fijación, una imagen recurrente, una estupidez de quien la toma como premonición, pero vale.
“Esta geografía que se desploma/ -silenciosa, como la siesta de un gato-/ no tiene nada que mostrar,/ al menos que el hundirse/ con los días de esta atlántida/ sea algo digno de mostrar”.
Determinismo, ofuscación de quien lee y cree verse ahogado, perdido cadáver bajo el lodo: “No hay nada aquí, no pidan los restos, no escarben más”.
2.-
Pasados los minutos -que son en el tiempo del poeta semanas, meses, años- alcanzo a entrar en otro espacio. El libro se consume en el lector. Agota el instante, como la lluvia anterior. La hora, una hora exacta, “las 4 pm”, designa ese mismo instante permanente: “Es la hora del gallo, la hora de las traiciones, / la hora de los culpables sin penitencia”.
Esta crónica liviana, aturdida por las imágenes, sigue su curso bajo la lluvia, mientras la memoria de los muertos golpea a quienes escarban en la conciencia de un país resquebrajado. Pero nada, es sólo la opinión de un lector extraviado.
Belmonte sabe que más allá de esta declaración de ¿principios? hay otras cosas. Lo cotidiano no le quita peso a la muerte, esa imagen que se pasea por la realidad y consume los deseos. Un hombre bajo una regadera es, definitivamente, un hombre bajo una regadera. No filosofa, atiende a sus malestares. Nada lo saca de sus angustias, mientras “se escurre su cuerpo/ por el desaguadero”. El jabón y el shampoo han hecho, como el deslave, un magnífico trabajo.
Se trata del hombre. De un hombre solitario cuya conciencia pesa demasiado, cuya soledad es una amenaza más allá de la higiene diaria que le prodiga a su cuerpo, mientras su alma es la nata que consumen las horas. Un gallo explícito siempre canta, siempre amanece en la pesadilla de los ciudadanos.
Pasados los minutos -que son en el tiempo del poeta semanas, meses, años- alcanzo a entrar en otro espacio. El libro se consume en el lector. Agota el instante, como la lluvia anterior. La hora, una hora exacta, “las 4 pm”, designa ese mismo instante permanente: “Es la hora del gallo, la hora de las traiciones, / la hora de los culpables sin penitencia”.
Esta crónica liviana, aturdida por las imágenes, sigue su curso bajo la lluvia, mientras la memoria de los muertos golpea a quienes escarban en la conciencia de un país resquebrajado. Pero nada, es sólo la opinión de un lector extraviado.
Belmonte sabe que más allá de esta declaración de ¿principios? hay otras cosas. Lo cotidiano no le quita peso a la muerte, esa imagen que se pasea por la realidad y consume los deseos. Un hombre bajo una regadera es, definitivamente, un hombre bajo una regadera. No filosofa, atiende a sus malestares. Nada lo saca de sus angustias, mientras “se escurre su cuerpo/ por el desaguadero”. El jabón y el shampoo han hecho, como el deslave, un magnífico trabajo.
Se trata del hombre. De un hombre solitario cuya conciencia pesa demasiado, cuya soledad es una amenaza más allá de la higiene diaria que le prodiga a su cuerpo, mientras su alma es la nata que consumen las horas. Un gallo explícito siempre canta, siempre amanece en la pesadilla de los ciudadanos.
3.-
La amenaza. La serpiente que se acomoda bajo la sábana, como quien guarda una filosa arma para degollar los malos sueños. El sujeto que vive en este libro es el mismo que entra y sale de los poemas y emplaza al lector, lo pega de la pared, lo engulle y lo echa de nuevo sobre los lodazales. No obstante, a pesar de todo, “Aún no sabes si has cruzado el umbral”. ¿Cuál umbral? Un invitado y el dueño de la casa se solazan con los dientes. El umbral: “Ahora no sabes si estás adentro o afuera:/ círculos concéntricos de ceniza/ a cada paso desdibujan el avance”.
Después de todo, porque la tragedia es una sola, el portador del filoso cuchillo nos coloca al borde do. El poeta siente las venas hinchadas. No retrocede: “Alguien ha lamido/ los vientres y los cuchillos”. Libre de culpas, llega a la fiesta. La desolación, los restos del mundo.
Paso en falso lima los sentidos. Abriga –entre la sensatez de quien cierra finalmente el libro- la ironía de nadar con libertad más allá de la podredumbre, del espejo invertido, de las huellas dejadas a la orilla del sobresalto y de los que aún creen que es posible desviar la corriente de esta desordenada lectura.
La amenaza. La serpiente que se acomoda bajo la sábana, como quien guarda una filosa arma para degollar los malos sueños. El sujeto que vive en este libro es el mismo que entra y sale de los poemas y emplaza al lector, lo pega de la pared, lo engulle y lo echa de nuevo sobre los lodazales. No obstante, a pesar de todo, “Aún no sabes si has cruzado el umbral”. ¿Cuál umbral? Un invitado y el dueño de la casa se solazan con los dientes. El umbral: “Ahora no sabes si estás adentro o afuera:/ círculos concéntricos de ceniza/ a cada paso desdibujan el avance”.
Después de todo, porque la tragedia es una sola, el portador del filoso cuchillo nos coloca al borde do. El poeta siente las venas hinchadas. No retrocede: “Alguien ha lamido/ los vientres y los cuchillos”. Libre de culpas, llega a la fiesta. La desolación, los restos del mundo.
Paso en falso lima los sentidos. Abriga –entre la sensatez de quien cierra finalmente el libro- la ironía de nadar con libertad más allá de la podredumbre, del espejo invertido, de las huellas dejadas a la orilla del sobresalto y de los que aún creen que es posible desviar la corriente de esta desordenada lectura.
Sigue la
antología:
(…)
Llegan los divorciados/ los saltimbanquis…viene de la guerra”.
Llegan los divorciados/ los saltimbanquis…viene de la guerra”.
(…)
“Me lo dijo en la tardecita, / cuando los inquilinos llegan cansados a sus cuartos/ y los rincones comienzan con su dictado”.
“Me lo dijo en la tardecita, / cuando los inquilinos llegan cansados a sus cuartos/ y los rincones comienzan con su dictado”.
(…)
“Vendrá otra larga travesía (…) será como despertar de una largo sueño/ con los ojos del horror, el nuevo día, la maravilla”.
“Vendrá otra larga travesía (…) será como despertar de una largo sueño/ con los ojos del horror, el nuevo día, la maravilla”.
(…)
“De vez en cundo aparecemos en el sueño otro/ y no es que el otro nos convoque/ sino que a veces se rasga/ la fina tela que cubre la pulpa/ en donde se fermenta la memoria del día…”
“De vez en cundo aparecemos en el sueño otro/ y no es que el otro nos convoque/ sino que a veces se rasga/ la fina tela que cubre la pulpa/ en donde se fermenta la memoria del día…”
(…)
“Que mi patria es el botón verde/ sobre la corteza del árbol que retoña/ después de un grave incendio”.
“Que mi patria es el botón verde/ sobre la corteza del árbol que retoña/ después de un grave incendio”.
(…)
“Compañero paciente está acostado/ escuchando nuestros quejidos/ con las manos cruzadas sobre el pecho…”
“Compañero paciente está acostado/ escuchando nuestros quejidos/ con las manos cruzadas sobre el pecho…”
(…)
“Lleva tiempo aceptar/ que un esguince es para siempre”.
“Lleva tiempo aceptar/ que un esguince es para siempre”.
(…)
“El tiempo muerto de los tránsitos”.
“El tiempo muerto de los tránsitos”.
(…)
Los perros
callejeros, un texto que se alarga con el ladrido de la misma lectura. Las
calles abordan el ajetreo cotidiano. El dolor en el costado ajeno.
Y aquí, en este instante provisorio, la lectura
convocada.
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